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martes, 9 de noviembre de 2010

ADIÓS

Esta historia es real, la escribió personalmente una chica que conozco, y sirve para apreciar que no todos los casos de violencia de género llegan a la televisión ni tratan de palizas mortales. Hay muchas maneras de maltratar a una persona. Espero que podáis comprender todo el sentimiento que encierra este simple relato escrito por una chica de quince años.

  Pequeña para esto, pequeña para lo otro... Estaba harta de ser pequeña y quise crecer demasiado rápido. A mis catorce años quise ser mayor de lo que me correspondía; y ahora, medio año después, no sabéis cómo me arrepiento.
  El pasado mes de febrero conocí a un chico. Pareció que estaba hecho para mí, teníamos muchísimo en común y era sólo mi amigo. Era muy bueno conmigo, me ayudaba con mis problemas, me escuchaba cuando necesitaba hablar...
  Pero, como tenía catorce años y me ilusionaba fácilmente, comenzó a gustarme. Al saber que era recíproco, decidimos empezar una relación. Lo único que me preocupaba era darle la noticia a mi familia, pues es cinco años mayor que yo, pero al final no fue tan mal.
  Las primeras semanas todo iba cual cuento de hadas. Parecía comprenderme a la perfección, era detallista y se preocupaba por mí. Hablábamos de muchas cosas y reíamos juntos.
  Pero no pasó mucho tiempo hasta que llegaron los primeros enfados, las peleas y los llantos. Se enojaba si me retrasaba en casa de una amiga, si acataba los castigos que me imponían sin protestar, si era cariñosa con mis amigos...
   Me daba cuenta de que, por mucho que me esmerase, siempre hacía algo mal, siempre era demasiado egoísta o inmadura, y a fuerza de repetir la frase, un "Lo siento" ni siquiera sonaba creíble; tal vez porque no lo era, no tenía que serlo. Cuando pasábamos buenos momentos, siempre estaba intranquila, pensando en cuándo cometería el próximo error.
  Yo, que siempre fui una chica coqueta y alegre, sentía cómo cada día que pasaba mi felicidad y amor propio se veían reducidos por las murallas del temor, el nerviosismo y las emociones contenidas. Ya mi apariencia era desganada y de completo pasotismo. Mi único alivio era el teatro, mi afición y gran pasión, que me ayudó a mantener el poco ánimo que me quedaba.
  Él era más celoso y desconfiado según pasaban los días. Llegó a espiar mis redes sociales, y sacó cosas de donde no las había para acusarme de mentirosa. Llegué al punto de evitar decir, hacer o hasta pensar ciertas cosas por temor a disgustarlo.
  Mis amigos, mi familia y hasta mis profesores se percataron de mi estado de agobio, me lo decían e intentaban ayudarme; mas yo aseguraba que era yo la que no sabía valorar todo lo que él me quería.
  La situación empeoró con el tiempo. Él era más desagradable y grosero conmigo, me gritaba en público, me dirigía insultos extremadamente grotescos. Llegó a amenazarme con propinarme una bofetada. Por suerte, jamás llegó a ponerme la mano encima; no exactamente.
  Cada vez estaba más alicaída, y mi familia más en contra de mi relación. Le contaba a él lo que me decían, ya que no me sentía capaz de guardarme ningún secreto, y él, a base de transformar la información que poseía, acabó convenciéndome de que mi familia no me quería. Pasó lo mismo con mis amigos y amigas. Al final, dejé básicamente de hablar con todo el mundo.
  No sonreía, no me preocupaba por mi aspecto, dejé casi de comer, no hablaba prácticamente con nadie, siempre sentía inquieta y eso me afectaba al estómago y al sueño... Mi estado era asfixiante y yo lo sabía, pero sebo reconocer que no sabía por qué me pasaba, aun siendo obvio; o tal vez en el fondo lo sabía y me dio miedo pensarlo.
  El alcohol, la lectura, la música y el teatro se convirtieron en mi refugio.
  Me perdí muchas cosas por intentar vanamente complacerlo. A medida que pasaba el tiempo, más me atrevía a plantarle cara, a defenderme cuando me culpaba, pero siempre terminaba pidiéndole perdón. La soberbia me invadía únicamente el tiempo que tardaba en decir las palabras que se formaban en mi mente sin pararme a pensar en ellas.
  Si no me controlaba, me sentía nerviosa, intranquila. Era una necesidad que él lo supiera todo de mí, lo que hacía en cada momento; era una forma de demostrarle que podía confiar en mí. Pero nada de eso servía; ni eso, ni que me peleara con mi familia, ni que dejara de lado prácticamente todas mis responsabilidades, ni que renunciara a todo lo que más me gustaba en numerosas ocasiones. Nada servía.
  Cuando esta relación llegaba a unos extremos imposibles de calificar, mi familia decidió ponerle fin. Ésto fue al inicio del verano.
  Me separaron de él radicalmente, y en tres días me sacaron del pueblo sin darme tiempo a opinar, a despedirme o a arreglar nada. Literalmente, desaparecí del mapa.
  Fue duro para mí hacerme a la idea de todo lo que pasaba y había pasado, y más cuando me revelaron que la mudanza era permantente. Estuve mucho tiempo en estado de shock, sin reaccionar ante nada, hasta que lo asimilé y encontré fuerzas para seguir adelante. Tuve mucho miedo de que él me encontrara, no sabía qué podía pasar, y un verdadero encontronazo es algo para lo que, reconozco, no creo que estuviera preparada, ni siquiera ahora, después de seis meses.
  Es algo que te repiten a menudo pero a lo que no das importancia. "Te anulan como persona", "Te aislan del mundo", "Te crean dependencia". Son frases a las que yo misma no daba importancia, porque piensas que eso no te va a pasar a ti.
  Pero ya son cincuenta y una mujeres muertas en España a manos de sus parejas, y miles de casos como éste que, gracias a Dios, no llevan a la televisión. Mas esas cincuenta y una mujeres empezaron como yo, y día tras día un desalmado manipula a una chica o una mujer tan normal como cualquiera.
  Yo os lo diré. Os diré eso que yo tanto temía decir, esa frase que a mí todavía me suena surrealista. Ese chico me maltrababa, ese chico era un MALTRATADOR. 
  Nunca olvidas a la gente que te ayuda a salir del agujero, ni a los que, después de haberlos ignorado o incluso traicionado, te reciben con un abrazo. Este momento sirve para descubrir quién verdaderamente te quiere y te apoya hasta el final, quienes son los verdaderos amigos, y no es hasta entonces que descubres eso que conoces lo que implica confiar en alguien, la verdadera confianza. 
  
  Ésta es la historia real de una chica cualquiera que llevaba la mejor vida del mundo sin necesidad de lujos, pero vio como todo se iba al traste, y se vio obligada a hacerse mayor y afrontarlo todo; una chica que podrías ser tú.
  

Por Tamara Ceberino Hernández

2 comentarios:

  1. Tamara, gracias por compartir con todos nosotros esta experiencia, es terrible pero tristemente real. Son muchos los casos como este que nunca saldrán en la prensa, pero que marcan la vida de multitud de mujeres.
    Dale un beso muy grande a tu amiga y dile que sea fuerte, que se merece lo mejor.

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